La devastación ecológica del río Xochiac y la ausencia de la reparación del daño estancaron el desarrollo de muchos pobladores y sus familias
Daniel Cruz Cortés | El Sol de Puebla
El río Xochiac, situado en la junta auxiliar de Santa Ana Xalmimilulco, en Huejotzingo, es el afluente más contaminado de Puebla. Sus aguas agonizan cada segundo frente a la descarga de sustancias tóxicas y metales pesados, que provienen de industrias y algunos negocios y hogares. Quienes viven en sus riberas están condenados a enfermar tarde o temprano; y aunque la polución es incesable, los aguerridos pobladores que defienden su protección desde hace más de tres décadas no pierden la esperanza de sanear el raudal que algún día fue símbolo de prosperidad en ese municipio.
Hasta el siglo pasado el agua de este afluente era utilizada para beber, regar cultivos y mantener florecidos paisajes en sus orillas. Bajo la promesa del progreso económico, decenas de industrias se asentaron en este y otros municipios de la zona metropolitana de la capital del estado. Aunque las altas ganancias de estas empresas son innegables, algunos habitantes reconocen que la prosperidad fracasó, pues la devastación ecológica y la ausencia de la reparación del daño estancaron el desarrollo de muchos pobladores y sus familias.
La doctora en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y académica del Departamento de Medicina Genómica y Toxicología Ambiental del Instituto de Investigaciones Biomédicas de esa misma institución, Regina Dorinda Montero Montoya, ha dedicado los últimos años de su carrera profesional al minucioso estudio del detrimento de la Cuenca del Alto Atoyac, a la cual pertenece el mencionado raudal.
En entrevista con El Sol de Puebla, la bióloga explica que la presencia de metales pesados en el Xochiac y el resto de ríos que se conectan entre sí creció en las últimas dos décadas. Estos compuestos alcanzan los cultivos regados con sus aguas, así como al ganado que se hidrata con ese líquido y, eventualmente, a los seres humanos. Esta sustancia es causante de enfermedades cancerígenas, renales y crónicas.
Conocer con exactitud cuántas sustancias persisten es una tarea compleja, pues los estudios son costosos y la Academia no puede absorber enteramente esta inversión, dado que el análisis de las condiciones hídricas es una responsabilidad del Estado. Aunado a ello, no existe un registro público de cuántos diagnósticos son adjudicados a esta situación.
Montero Montoya relata que el arribo de industrias a Huejotzingo, así como el rezago hidrosanitario del municipio y el desinterés de las autoridades por sancionar a quienes contaminan el río, agudizaron la situación en los últimos años. Los altos niveles de toxicidad afectan, principalmente, a quienes habitan en los 4 kilómetros de ribera; sin embargo, el daño se extiende, gracias a que dichas sustancias son volátiles.
En 2020, la Comisión Nacional del Agua (Conagua) condujo un estudio para evaluar la polución de los principales ríos y afluentes que componen la Cuenca del Alto Atoyac, entre ellos el mencionado raudal. El resultado expuso que, cada día, se vertían, tan sólo en los ríos Xochiac y Atoyac, poco más de 146 toneladas de materia orgánica contaminada.
Para medir el nivel de toxicidad máximo permitido en los ríos de la nación, la Norma Oficial Mexicana NOM-001-SEMARNAT-2021 define al menos diez parámetros, de los cuales destacan dos: la Demanda Química de Oxígeno (DQO) y la Demanda Bioquímica de Oxígeno (DBO).
En términos prácticos, el primer parámetro –el de mayor relevancia por sus daños a la salud humana– se refiere a la escasez de oxígeno que existe en un cuerpo de agua. El segundo hace referencia a la cantidad de oxígeno que piden las partículas orgánicas que afectan la calidad del líquido, es decir, las bacterias. El valor más alto de DQO ronda entre 150 y 210 miligramos por litro (mg/L). En cuanto a DBO, la autoridad no define una cifra máxima permitida, pero sí lo contempla como factor de polución.
En el Río Xochiac la Conagua detectó que, hasta 2022, la DBO del afluente era de 240 mg/L; en el caso de la DQO, su valor fue superior a 500 mg/L en 2020. Estas cifras lo convirtieron en el raudal más contaminado del estado.
A decir de la doctora en Ciencias Ambientales por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) y académica de la Universidad Iberoamericana Puebla, Gabriela Pérez Castresana, el nivel real de DQO en el Xochiac puede superar incluso los 1000 mg/L.
Vivir junto al río Xochiac
“Todas las mañanas sale un olor que casi se muere uno, ¿pues cómo no?, si vivimos junto a estas aguas asquerosísimas (…) Ya no sé ni qué es lo que echan pero apesta horrible”: Es así como Juana Juárez García, una mujer de 70 años de edad originaria de Santa Ana Xalmimilulco, relata su experiencia al vivir a escasos metros de la corriente del Xochiac.
Una vez terminada la jornada laboral de José Luis Sixto García, esposo de la señora Juana, el matrimonio recibe con entusiasmo al equipo periodístico de El Sol de Puebla afuera de su casa, que está hecha con cemento, láminas y algunas rejas de metal, y cimentada sobre un predio desnivelado en la ribera del afluente.
“Doña Juana, pero, ¿ni el frío le da batalla al olor, verdad?”; “Uy, no, si ahorita está bajito, pero pa qué le cuento cuando sale el sol, se pone más espumosa el agua y hay más olor… Una vecina vino y me dijo, ‘oye Juana ¿apoco no te molesta el olor?’, le dije, ‘mira, por lo regular yo tempranísimo me levanto y hago mis cosas, pero cuando sale el sol me meto a la cocina y me encierro’; si tengo que cocinar, cocino, pero con la ventana cerrada, de otra forma no se puede”, responde la mujer.
Por si esto fuera poco, el señor Sixto García reconoce que su salud y la de su familia ha sufrido cambios que, si bien los considera “no graves”, los ubica como “extraños”, pues se presentan ocasionalmente desde hace varios años; estos son principalmente de índole respiratoria.
Es por ello que los verbos “normalizar” o “acostumbrarse” son incapaces de describir la forma en como doña Juana y su familia, que hoy asciende a los 16 integrantes, llevan a cabo su cotidianidad a las orillas del raudal.
Cuando el matrimonio cimentó su hogar hace más de tres décadas, ambos lo hicieron convencidos de que vivir junto al río les serviría para sembrar hortalizas y hacerse de animales para alimentar y luego vender.
Aunque la decisión de instalarse en ese lugar fue, efectivamente, la esperanza de su porvenir, también lo hicieron porque hacerlo en otro lugar sería imposible de solventar, ya que don José Luis, quien lleva el sustento económico en su hogar, no tenía un empleo fijo y sus condiciones económicas no eran las idóneas, relata la señora Juana.
Al seguir viviendo en ese lugar resisten los efectos de la desigualdad laboral, pero también del consumismo que provoca la proliferación de industrias y empresas desinteresadas en la preservación ecológica de los lugares en los que se instalan.
Actualmente sólo cumplieron uno de los dos objetivos que ambos anhelaban al llegar a ese río –en el que solían nadar e incluso pescar hace casi 40 años–, el de criar ganado.
Hoy son propietarios de al menos dos vacas pequeñas que tienen estómagos atípicamente hinchados. Mientras pastan en la ribera, doña Juana asegura que mantiene vigilancia sobre los animales para evitar que beban el agua contaminada, confiesa que en ocasiones les gana la curiosidad y llegan a las orillas del raudal.
Don José Luis la interrumpe y confiesa que las vacas “son traviesas” y en ocasiones bajan al río: “Luego los animales son necios, toman agua, quieren tomar agua sucia; se van en cualquier momento y nos ganan”.
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